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Sobre identidades y espacios: lo queer

  • Writer: Pat Santalices Torres
    Pat Santalices Torres
  • Feb 25, 2023
  • 3 min read




Manejar los días como una persona queer no es asunto fácil. Comenzando por la constante auto censura que conlleva el sentimiento de romper con una continuidad de identidades deseadas, para luego atravesar la represión sistemática que se vive día a día y más adelante concretizar encuentros físicos con personas con diferentes acercamientos a mi existencia… nunca ha sido tarea fácil. Reconozco lo queer en mí desde que tengo uso de razón. Mi existencia siempre ha sido una transgresión a la regla tradicional, una transgresión que propone nuevas posibilidades no contempladas para definir el Yo. En términos simples, nunca he podido organizar las fichas de tal manera que mi tablero se vea igual que todos a mi alrededor; yo he creado mis propias reglas que ni tan siquiera visualizan el orden como algo necesario.


Ser queer, como dije, nunca ha sido asunto fácil. Caminar por las calles con un cuerpo que se aleja de las normas, con un rostro que no conoce de pronombres y una sonrisa que amenaza contra discursos homogéneos… a veces es tarea pesada. Por más que me regocijo en mi identidad como persona queer, reconozco que muchos días duele salir a la calle e imaginar que nada está hecho para sostener mi existencia, que todo atentará para desmantelar mis pasos hasta inducir una psicosis aguda. Caminar la calle Madrid en Río Piedras en dirección a mi apartamento un jueves en la noche luego de trabajar siempre es atemorizante por razones obvias… pero más atemorizante es caminar en el Viejo San Juan en una tarde de domingo cualquiera lleno de familias. Las miradas de quienes no aprueban, la extrañeza de quien no sabe si decir él o ella, el miedo de sentir un discrimen disimulado, y ni se diga de las miradas al entrar en un baño público, ni aquí ni allá hay seguridad. Ni en mi casa encuentro hogar.


Ayer, en nuestra última entrevista dentro de las cinco personas incluidas para esta posible primera temporada, tuve la oportunidad de sentirme en pausas por primera vez. Hace un gran tiempo no conectaba con una persona queer que supiera lo perturbador que puede ser vivir en diferencias y saber que nos sosteníamos con la mirada fue el abrazo que por tantos días andaba necesitando para levantarme de la cama y volverlo a intentar. La conversación se desarrolló con el distinguido Lío Villahermosa, un conocedor hábil de la historia del pueblo cangrejero desde las coyunturas musicales y las transgresiones de lo queer. Y a pesar de que nuestro diálogo no se enfocó en lo absoluto en la cuestión de las identidades, sentí un tipo de complicidad con Lío que me produjo una calma en medio de las ansiedades de un proceso de entrevista. Lío mismo lo asegura, nuestras identidades queer nos hacen diferente, pero estas nunca se atraviesan en nuestras historias. Sí, somos queer, pero también somos artistas, bailarines, académicos, historiadores; en fin, somos.


Hago esta nota para días tristes. Hago esta nota para recordarme que allá afuera de este pueblo vive gente. Allá afuera de estas jaulas que mi impongo y que me imponen vive gente, allá afuera somos más que esta soledad que vivo día a día como persona de género queer. Y qué ganas de salir, de romper con todo, de intentarlo una vez más, de pensar que no todo es tan terrible como en las noches lo pienso. A Lío le agradezco por recordarme que es posible imaginarme desde otras identidades, que lo queer no es lo único que me define, que puedo ser quién sea cuando sea y dónde sea, nada importa los discursos de aquellos que creen sostener una única verdad. Le agradezco por la caminata calurosa, por la complicidad en la voz, por compartir un sueño secreto. Le agradezco por recordarme que todo puede estar bien, que voy a estar bien.


PD: La foto es un retrato mío que me tomó una amiga en la playa Vacía Talega. La comparto para quienes no me conozcan y lean esto tengan una pequeña idea de quién soy.

 
 
 

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