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COMUNIDAD

Writer's picture: Pat Santalices TorresPat Santalices Torres

¿Comunidad?



Aquel sentimiento intruso que se experimenta al observar el comienzo de un logro fue el que compuso mi veinticinco de febrero de este año presente. Acabada la grabación del último episodio de esta lanzada principal, terminados los diálogos formales para la audiencia, relajados los ánimos luego de las seriedades… nos detuvimos todo el equipo en una lenta caminata para regresar a las sedes del Taller Comunitario La Goyco. Entre fotos, carcajadas y abrazos dimos fin al comienzo de una gran historia que tan solo se comienza a tejer.

Por mi parte, luego de un tiempo tuve que partir hacia un lugar con más silencio para dar inicio a una reunión con relación a otros proyectos personales. En mi búsqueda por algún espacio tranquilo que sirviera de refugio por un par de horas, llegué tras unos minutos a Café Con Cé, un rico café localizado tras las localidades Tresbé. No era mi primera visita, bajo otros contextos y situaciones he llegado a probar las exquisitas bebidas del local; sin embargo, ninguna visita será igual a la primera. Con los conocimientos y caminos, todo parece cobrar una significación distinta.

En fin, ordeno mi tradicional café doble de seis onzas con leche regular, acompañado de una panetela de guayaba pues un café nunca se toma solo. Luego de realizar el pago que cualquiera acostumbraría a dejar en estos espacios y sosteniendo mis delicias en mano, me trasladé al patio de la localidad para añadirle a esta búsqueda de paz. También para saludar a las abejas, mi animal favorito, que bailan entre todas las flores blancas de este establecimiento.

Tres hombres comparten el espacio conmigo. Con el aspecto peculiar que compone a los visitantes asiduos de este y estos espacios, reconocí las tradiciones que pueblan nuestro diario vivir. Yo soy barista en una tienda en Hato Rey, conozco el personaje común que paga más de ocho dólares por un café todos-los-días. Esta vez no quise prestarle atención. Esta vez me quise enfocar en mis tareas, mi reunión, mi comodidad; demás está recalcar la fragilidad de esa paz. Tan pronto escucho la voz en un inglés de lujo de una persona para unirse a alguna llamada de negocio, algo comenzó a incomodar. No hay problema, realmente, no lo hay. Tal vez la incomodidad es la repetición, la cotidianidad, el diario vivir.

En mis tradicionales descuidos de la atención, me permití viajar en el pensamiento hacia aquella entrevista que tuve junto a una de nuestras entrevistadas, María Irma. Luego de invitarnos a su casa un viernes templado, María Irma se aseguró de hacernos sentir en casa; su prioridad nunca se desvió de nuestra comodidad. Ofreciéndonos jugos, galletas y dulces, María Irma fue conquistando todos nuestros corazones en lo que imaginamos como una entrevista tradicional.

Y es que María Irma no es para nada tradicional; viviendo toda su vida en el Barrio Machuchal, esta mujer conoce lo que es el cambio y la transformación. Desde todas las palabras que nos regaló un viernes cualquiera, su voz solo transmitía la certeza del cambio, como nada será igual, ya para bien como para mal. En mi discurso del aprendizaje, mi pregunta focal para Mary (le gusta llamarse así también) fue… ¿Qué piensas que la falta a la sociedad de hoy que pudiste vivir en el pasado? Su respuesta inmediata fue “Comunidad”. Nos recalcó una y otra vez que a nuestra generación le falta sentido de comunidad, sentido de hermandad, deseo de conocer los rostros del vecino.

Esta frase se quedó conmigo, pues día a día me cuestiono mi dificultad para formar una comunidad sólida y estable en Río Piedras, incluso con aquellas personas que viven en mi edificio, van a la Universidad diariamente y nos vemos en cada noche regresando de nuestros trabajos en horas de madrugada. Y, al llegar aquel día a Café Con Cé entendí porqué.

Yo quiero comunidad. Yo quiero redes de apoyo donde sienta espacio de sanación. Claro que quiero reunirme cotidianamente con aquellas personas que viven a un pie de mí. No hay nada más que desee que la calidez de un abrazo entre vecinos, un plato de comida caliente compartido, una tarde cualquiera de cervezas… pero, ¿cómo? ¿Cómo formo comunidad en medio de una sociedad capitalista que día tras día me obliga a trabajar por horas para pagar las clases de una Universidad que día a día sube de precio y baja de acceso? ¿Cómo formo comunidad si el tren no es una opción viable para llegar a otros espacios en la Isla? ¿Cómo formo comunidad si en los negocios de nuestras calles no hay precios accesibles? ¿Cómo formo comunidad si paso tantas horas al día entre viajes-caminos-estudios-trabajos que ni tan siquiera tengo el tiempo de cocinarme un plato caliente? ¿Cómo formo comunidad en una sociedad que la intimidad y el crecimiento se rechaza como algo extraño?

No pretendo sonar como una queja ruidosa que peca de excesos. Más bien, esto se propone como la comunicación de un deseo que en repetidas ocasiones se siente utópico. Deseo definir mi comunidad dentro de los confines de mi espacio-hogar, pero a veces agota reconocer el arduo trabajo del Estado en privarme de compartir con quienes me corresponde. Es una ventaja mantenernos separados, es una ventaja para el Sistema fracturarnos en diminutas rocas que jamás formarán su propia estructura. Entonces, ¿cómo escapar de ahí? ¿Cómo escapar de ese pensamiento? ¿Cómo imaginar algo distinto? Me propongo contestarme estas preguntas en las semanas a porvenir mientras paso más tiempo en el Barrio Machuchal y el pueblo Cangrejero.


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